Хитроумный идальго Дон Кихот Ламанчский / Don Quijote de la Mancha

Сервантес Сааведра Мигель де

Мерзлякова К. Б.

«Хитроумный идальго Дон Кихот Ламанчский» – знаменитый роман Мигеля де Сервантеса, написанный в начале XVII века. Без сомнения, приключения Рыцаря печального образа и его верного оруженосца Санчо Пансы известны каждому, кто заинтересован в испанском языке и культуре. Данное издание позволит читателю познакомиться с обеими частями великого произведения в оригинале. Книга сокращена и адаптирована в соответствии с нормами современного испанского языка; в тексте сохранена сюжетная линия и все особенности яркого языка автора. Cноски поясняют сложные моменты, пословицы и реалии, а в конце книги вы найдете краткий словарь. Предназначается для продолжающих изучать испанский язык (уровень 4 – для продолжающих верхней ступени).

© ООО «Издательство АСТ», 2015

PRIMA PARTE

Prólogo

Estimado lector, créeme si te digo que quisiera que este libro, como hijo del entendimiento, fuera el más hermoso y discreto que pueda imaginarse. Pero ¿qué podía surgir de mi pobre ingenio sino la historia de un hijo seco y arrugado, que nació en una cárcel donde habitan la incomodidad y el ruido?

Por el contrario, el sosiego, la paz de los campos, la serenidad de los cielos, el sonido de las fuentes y la tranquilidad del espíritu ayudan a que las musas se muestren generosas.

Sucede que un padre tiene un hijo feo y su amor por él le pone una venda en los ojos para que no vea sus faltas. Pero yo, que no soy padre, sino padrastro de don Quijote, no quiero que me suceda lo mismo; ni quiero, querido lector, pedirte que perdones las faltas que veas en este hijo mío; al contrario, di libremente todo lo que quieras de esta historia sin temor.

Quisiera dártela sin presentaciones ni explicaciones de personajes importantes ni autores famosos. Pero me siento confuso. ¿Qué opinión tendrán de mí cuando vean que ahora, a mi edad, escribo una historia pobre de estilo y de conceptos? Esto mismo le dije a un amigo mío, el cual me contestó que, si lo que pretende esta historia es acabar con la autoridad de los libros de caballerías, no hacen falta sentencias de filósofos ni de santos. Bastará con escribir empleando palabras honestas y bien colocadas, e intentar, también, que el triste, al leer la historia, se ría; que el risueño ría más; que el simple no se enfade; que el discreto goce con la invención; que el serio no la desprecie, y que el prudente la alabe.

Con estas buenas razones y consejos, me propongo, sin rodeos

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, ofrecerte, lector amigo, la historia del famoso don Quijote de la Mancha ― de quien opinan todos los habitantes del campo de Montiel

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que fue el más puro enamorado y el más valiente caballero―, y de su escudero, Sancho Panza, en quien pongo resumidas todas las cualidades que encontrarás en los libros de caballerías. Y con esto, Dios te dé salud, y a mí no me olvide.

Capítulo I

El famoso hidalgo don Quijote de la Mancha

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En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme, no hace mucho tiempo que vivía un hidalgo de escudo antiguo, rocín

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flaco y galgo corredor. Comía más vaca que cordero, carne picada muchas noches, huevos con tocino los sábados y algún pollo los domingos.

Vivían en su casa una ama

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que tenía más de cuarenta años y una sobrina que no llegaba a los veinte. Había también un criado que lo mismo ensillaba el rocín que podaba las viñas.

Nuestro hidalgo tenía casi cincuenta años. Era fuerte pero flaco, de pocas carnes y cara delgada, gran madrugador y amigo de la caza. No se sabe si su nombre era Quijada o Quesada, pero lo más probable es que fuera Quejana.

Este buen hidalgo dedicaba sus ratos libres a leer libros de caballerías con tanta afición y gusto, que olvidó la caza y hasta la administración de su casa. Vendió muchas de sus tierras para comprar libros de caballerías y juntó todos los libros que pudo. El pobre caballero perdía la razón intentando comprender todas las lecturas. Discutía con el cura de su aldea sobre cuál había sido el mejor caballero: Palmerín de Inglaterra o Amadís de Gaula

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.

Capítulo II

La primera salida de don Quijote

Acabados estos preparativos, no quiso esperar más tiempo para poner en práctica su pensamiento, porque él creía que hacía mucha falta en el mundo para deshacer agravios

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y reparar injusticias. Así, sin decir nada a nadie, una mañana del mes de julio cogió su escudo y sus armas, subió sobre Rocinante y salió al campo, muy contento al ver que había dado principio a su buen deseo.

Pero pronto recordó que no había sido armado caballero

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y, según la ley de la caballería, no podía ni debía utilizar las armas para enfrentarse con ningún caballero. Estos pensamientos le hicieron dudar un poco, pero pudo más su locura que otra razón y decidió que al primero que encontrara en su camino le pediría que le armara caballero, tal como había leído en sus libros de caballería.

Con estos pensamientos se tranquilizó y siguió el camino que su caballo Rocinante tomaba por los campos de Montiel. Mientras tanto, iba pensando: «Dichoso siglo aquel en que saldrán a la luz

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mis famosas hazañas para la eterna memoria. ¡Oh, tú, sabio escritor, tú que contarás esta historia nunca vista! Te ruego que no te olvides de aventuras». Luego se decía, como si verdaderamente estuviera enamorado: «¡Oh, princesa Dulcinea, señora y dueña de mi corazón! Os ruego que os acordéis de vuestro esclavo, que tanto sufre por vuestro amor». Así iba añadiendo estos y otros disparates, como los que le habían enseñado sus libros.

Caminó todo el día y no sucedió ninguna cosa, por lo que él se desilusionaba porque estaba ansioso de demostrar su valor y la fuerza de su brazo. Al anochecer, su rocín y él estaban cansados y muertos de hambre. Iba mirando a todas partes por ver si descubría algún castillo o alguna cabaña de pastores donde alojarse, cuando vio cerca del camino una venta

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, a la que se dirigió a toda prisa. Estaban en la puerta dos mujeres mozas, de esas que llaman de mala vida, que iban a Sevilla. Como don Quijote se imaginaba que todo lo que veía era igual que en los libros de caballería, al ver la venta le pareció un castillo y las mujeres, dos hermosas doncellas

–No huyan vuestras mercedes, pues la ley de caballería me impide hacer el mal, y menos aún a tan hermosas doncellas.

Capítulo III

Don Quijote es armado caballero

Preocupado con este pensamiento, llamó al ventero. Se encerró con él en la caballeriza

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, puso de rodillas y le dijo:

–No me levantaré jamás del suelo, valeroso caballero, hasta que me conceda el deseo que quiero pedirle.

El ventero le dijo que así lo haría y don Quijote siguió su discurso:

–No esperaba menos de vuestra merced. El deseo que os pido es que mañana me tenéis que armar caballero. Esta noche en la capilla de vuestro castillo velaré las armas

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y mañana se cumplirá lo que tanto deseo, para poder ir como se debe por las cuatro partes del mundo buscando las aventuras en favor de los necesitados.

El ventero enseguida se dio cuenta de que estaba loco y, para divertirse, le siguió la broma. Le hizo creer que su deseo era muy acertado, muy propio de los caballeros tan importantes como él. Le dijo también que en su castillo no había capilla donde velar las armas, pero que podía hacerlo en el patio del castillo y por la mañana se harían las debidas ceremonias.

Capítulo IV

La primera hazaña de Don Quijote

Salió don Quijote de la venta al amanecer, tan contento por verse ya armado caballero que la alegría se le veía en la cara. Sin embargo, decidió volver a su casa para coger camisas y dinero y buscar un escudero

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. Pensó en un labrador vecino suyo, que era pobre y con hijos, para que le ayudara en el oficio de la caballería.

Con este pensamiento guió a Rocinante hacia su aldea, y el caballo comenzó a caminar con tanta gana, que parecía que no ponía los pies en el suelo.

No había caminado mucho, cuando oyó unas voces que salían del bosque. A don Quijote le pareció que alguien se quejaba.

–Doy gracias al cielo ―se dijo don Quijote―, pues pronto voy a poder cumplir con lo que debo hacer por mi profesión. Estas voces son, sin duda, de alguien que necesita mi ayuda.

Dirigió a Rocinante hacia el lugar de donde salían las voces. A pocos pasos encontró a un muchacho de unos quince años que gritaba; estaba desnudo de cintura para arriba y atado a un árbol.